(columna publicada originalmente en T13.cl)
La lista de enemigos de Donald Trump es larga. Actrices, conductores de TV, políticos y, por cierto, varios líderes mundiales. Entre ellos también figura la NFL. Sus polémicas contra la liga deportiva más popular de Estados Unidos, y la más millonaria del mundo, vienen desde mucho antes que decidiera insultar a los jugadores afroamericanos que se arrodillan durante el himno en protesta por la violencia policial.
En 1984, Trump decidió comprar un equipo en la naciente USFL, una liga de fútbol americano que buscaba jugar en los meses en que no había competencia de la NFL. Las ambiciones del empresario inmobiliario lo llevaron a enfrentarse directamente con la NFL: primero forzó un calendario paralelo y luego interpuso una demanda por monopolio contra la liga por más de mil millones de dólares.
La apuesta de Trump le reventó en la cara a la USFL: quebraron y en 1987 suspendieron el torneo. Además, si bien la justicia falló a favor de la demanda, el monto fijado como compensación fue de apenas… tres dólares (sí, como leyó, US$ 3 de un cheque que hasta la fecha no se cobra).
Décadas después, el nombre de Donald Trump volvió a aparecer como posible comprador de los Buffalo Bills, generando cierto escozor en la liga. Finalmente, el equipo fundado por Ralph Wilson quedó en manos del empresario local Terrence Pegula.
En el último tiempo, la verborragia de Trump se trasladó a las redes sociales y desde ahí comenzó a atacar a la NFL por las distintas medidas para disminuir la violencia en el juego, ante la evidencia científica de los daños cerebrales que provocan los constantes golpes en la cabeza de los futbolistas.
Así como no cree en los cambios climáticos, al actual presidente de EEUU poco le importan los estudios que han puesto en jaque a la liga y le han costado miles de millones en demandas. Trump quiere más golpes, más violencia.
Pero este año, Donald Trump encontró en las protestas de los jugadores afroamericanos durante el himno de EEUU, un flanco para darle duro a la NFL y además dejar contento a su base, mayoritariamente blanca, conservadora y de menor nivel educacional.
Todo comenzó el año pasado, cuando el mariscal de los 49ers, Colin Kaepernick se arrollidaba durante la entonación de The Star-Spangled Banner en señal de reclamo por los excesos policiales contra las minorías afroamericanas y latinas.
La acción de “Kap” causó gran controversia y también fue imitada por varios jugadores negros. La liga optó por respetar la medida, pero a muchos hinchas la protesta les cayó muy mal y por redes sociales comenzaron a promover un boicot a la NFL.

Jugadores de los Raiders, previo a su partido ante los Redskins, se sentaron entrelazados para protestar contra los dichos de Donald Trump.
La polémica y el boicot coincidieron con una caída en los rating televisivos del fútbol americano profesional. ¿Consecuencia directa? Los analistas dicen que no, y si bien los encuestados que dejaron de ver la NFL pusieron como primera respuesta la protesta contra el himno, el número no era ostensiblemente superior a otras causas, como las largas demoras de los partidos; el alto número de comerciales; los hechos de violencia intrafamiliar de algunos jugadores, e incluso, la cobertura de las pasadas elecciones presidenciales.
Trump, quien ya demostró que es muy hábil para interpretar los deseos del estadounidense blanco promedio, aprovechó una audiencia del Partido Republicano, y más encima en Alabama, para atacar duramente, incluso llamando “hijos de puta” a los jugadores que protestan.
El presidente de EEUU tiene muchos amigos en la NFL. Dueños de equipos como los Patriots, Rams, Redskins, Jets, Jaguars donaron más de US$ 1 millón para su campaña. A eso se suma su cercanía con Tom Brady, el mariscal de los “Patriotas” y la mayor figura de este deporte.
Sin embargo, la rivalidad de Trump con la NFL parece ser mayor que las amistades que tiene adentro. Sus declaraciones, si bien despertaron un rechazo unitario en la liga, instalaron una polémica que se transforma en otra complicada carga para una institución agobiada por la evidencia de los daños cerebrales que genera el juego, la baja en el rating y algunos signos de merma en la asistencia del público a los estadios. La NFL ya no luce tan poderosa como antes y Trump sabía bien dónde pegarles un tacle que doliera.